Fue un encuentro por casualidad. Una especie de llamada subliminal, una señal captada únicamente por el subconsciente lo que me hizo caer en la cuenta de la portada de éste libro. Sé que puede sonar surrealista o poético, pero lo cierto es que así fue.
Ahí estaba yo, un 5 de enero a las 20'30 de la tarde, víspera del día de Reyes, haciendo una cola descomunal en pleno Corte Inglés de Colón en Valencia. Compras de última hora me llevaron a cometer tan grave error. Un gentío enorme llenaba toda la planta baja del establecimiento comercial, haciendo prácticamente imposible moverse con cierta libertad, y con ello me refiero a que era imposible escoger la dirección en la que encaminar mis pasos. Las calles que normalmente permiten un acceso adecuado a las mesas y estanterías en las que descansan los libros esperando ser adquiridos, estaban inundadas de personas, creando la ilusión de que las mesas con libros eran islas separadas por ríos caudalosos de gente.
De esta manera me vi arrastrada por la corriente comprendiendo al instante que era inútil resistirse, por lo que me dejé llevar unas cuantas veces, para luego intentar volver atrás utilizando alguna otra vía de acceso, algún afluente humano que me permitiese llegar a buen puerto. Y así, una y otra vez fui entrando y saliendo en la zona reservada a la exposición y venta de libros, hasta
ir encontrando, no sin dificultad, los que iba buscando.
ir encontrando, no sin dificultad, los que iba buscando.
Primero di con el que iba destinado a mi madre: "Como fuego en el hielo" de Luz Gabás. Realmente buscaba algo de Paloma Sánchez-Garnica o, en su defecto, de María Dueñas, que son más de su estilo, pero las últimas novelas de estas dos escritoras quedaban demasiado atrás en el tiempo como para presentarlas como novedades. Así que decidí que Luz Gabás era la elegida en ésta ocasión.
"Uno menos", me dije a mí misma mientras tachaba de la lista de regalos pendientes el correspondiente a mi madre, con gran satisfacción por mi parte. No sé qué tienen esas listas de tareas pendientes, pero algo mágico debe ser porque con el simple hecho de tachar una de ellas es como si te quitaran de la espalda un peso equivalente a 5 kg...o incluso más, dependiendo de la tarea. Así me sentí en aquél momento, más ligera, más positiva, envalentonada podría decirse, con actitud retadora y una media sonrisa de triunfo. "A por el siguiente".
Sin embargo, a pesar del éxito momentáneo que me había hecho venirme arriba, la siguiente tarea no era empresa fácil, y yo lo sabía. Como un atleta que, concentrado, mira al infinito visualizando una y otra vez el éxito en su próxima maniobra, así lo hice yo. Cerrando los ojos un par de segundos y expirando aire por la boca con determinación, me adentré de nuevo en la marea humana en busca de mi siguiente tarea: un libro para Miguel.
Al parecer era mi tarde de suerte, porque no tardé en encontrarlo. Lo supe nada más verlo. Pilas de ejemplares de la "Enciclopedia Eslava" del escritor Juan Eslava Galán llenaban parte de una de las mesas dedicadas a las novedades en nuestro idioma. Una portada muy sugerente para cualquier aficionado a la lectura sumado a un nombre que garantizaba rigor y saber hacer, que no es poco hoy en día, me hicieron coger al vuelo uno de los ejemplares que encontré a mano y hojearlo mientras seguía en procesión por aquél pasillo a rebosar de gente. 672 páginas editadas por Espasa en las que, según constaba en la sinopsis de la contraportada, nos prometía "...un compendio de sabiduría y cultura general que todos debemos y estamos obligados a conocer. Desde geografía, filosofía e historia de España hasta ciencias o literatura."
Su contenido no defraudaba a simple vista: capítulos cortos, bien diferenciados, con títulos muy bien escogidos para no dejar indiferente a nadie. En suma, un libro muy interesante para cualquier persona con inquietud por conocer el cómo y el por qué de las cosas, de lectura fácil y amena sin renunciar al rigor histórico y a una buena escritura. Vamos, el libro que andaba buscando para Miguel, aún sin saberlo.
Con los dos libros bajo el brazo, me dirigí hacia el final de la cola de gente que esperaba su turno para pagar y, si la suerte nos era propicia, incluso envolver en papel de regalo los libros adquiridos. Esto último siempre suscita en el comprador una gran incertidumbre y suele ser motivo de conversación animada entre personas que forman parte de una misma cola. Siempre me ha asombrado la capacidad que tiene el ser humano para establecer vínculos de unión con otros seres humanos en las circunstancias más adversas. Claro ejemplo de ello son las colas, capaces de exasperar hasta la personalidad más tranquila, y fuente por excelencia de unión entre personas que se reconocen como iguales, soldados en la misma batalla, sin importar diferencias en edad, sexo, nivel sociocultural o económico. Amistades por un instante, efímeras, pasajeras, lo que podríamos llamar "microamistades", en las que sólo se tiene en común compartir el "aquí" y el "ahora", y que se desvanecen, como lo hace un sueño al despertar, en cuanto se alcanza el principio de la cola.
Y en esas elucubraciones estaba yo inmersa cuando, por casualidad, tropecé con el libro. No sé si fue el título lo que captó mi atención, o quizá fue la imagen que mostraba su portada. Lo que sé es que no fue el nombre de su autora lo que me hizo salir de mi reflexión personal y volver a la realidad, por el simple hecho de que nunca había oído hablar de ella. Quizá fue el conjunto de todo, o quizá fue puro azar. Lo cierto es que toda mi atención se centró en él, lo cogí en mis manos, y ya no pude soltarlo. Lo compré junto con los otros dos, pedí que lo envolvieran, escribí mi nombre sobre el papel y me lo regalé esa misma noche.
Aún tardé dos meses en comenzar a leerlo. Guardé el libro junto con los regalos de Reyes que había recibido y, aunque no quede bien decirlo, me olvidé de él. Estaba inmersa en la lectura de "Lo último que verán tus ojos" de Isabel San Sebastián y no quería dejarlo a mitad. Pero un día, buscando algo que no recuerdo, topé con la caja donde había guardado los regalos. Y allí estaba esperando ser abierto para contarme una historia. Inicié su lectura sin pretensiones, sin expectativas, sin conocer nada en absoluto sobre su autora, ni sobre la historia que cuenta, y sin haber leído reseña alguna que pudiese avalarla. Sin más, como un salto al vacío me adentré en ella, sin miedo a equivocarme, sin nada que perder.
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El misterio será desvelado en el próximo envío.¡No te lo pierdas!
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Con los dos libros bajo el brazo, me dirigí hacia el final de la cola de gente que esperaba su turno para pagar y, si la suerte nos era propicia, incluso envolver en papel de regalo los libros adquiridos. Esto último siempre suscita en el comprador una gran incertidumbre y suele ser motivo de conversación animada entre personas que forman parte de una misma cola. Siempre me ha asombrado la capacidad que tiene el ser humano para establecer vínculos de unión con otros seres humanos en las circunstancias más adversas. Claro ejemplo de ello son las colas, capaces de exasperar hasta la personalidad más tranquila, y fuente por excelencia de unión entre personas que se reconocen como iguales, soldados en la misma batalla, sin importar diferencias en edad, sexo, nivel sociocultural o económico. Amistades por un instante, efímeras, pasajeras, lo que podríamos llamar "microamistades", en las que sólo se tiene en común compartir el "aquí" y el "ahora", y que se desvanecen, como lo hace un sueño al despertar, en cuanto se alcanza el principio de la cola.
Y en esas elucubraciones estaba yo inmersa cuando, por casualidad, tropecé con el libro. No sé si fue el título lo que captó mi atención, o quizá fue la imagen que mostraba su portada. Lo que sé es que no fue el nombre de su autora lo que me hizo salir de mi reflexión personal y volver a la realidad, por el simple hecho de que nunca había oído hablar de ella. Quizá fue el conjunto de todo, o quizá fue puro azar. Lo cierto es que toda mi atención se centró en él, lo cogí en mis manos, y ya no pude soltarlo. Lo compré junto con los otros dos, pedí que lo envolvieran, escribí mi nombre sobre el papel y me lo regalé esa misma noche.
Aún tardé dos meses en comenzar a leerlo. Guardé el libro junto con los regalos de Reyes que había recibido y, aunque no quede bien decirlo, me olvidé de él. Estaba inmersa en la lectura de "Lo último que verán tus ojos" de Isabel San Sebastián y no quería dejarlo a mitad. Pero un día, buscando algo que no recuerdo, topé con la caja donde había guardado los regalos. Y allí estaba esperando ser abierto para contarme una historia. Inicié su lectura sin pretensiones, sin expectativas, sin conocer nada en absoluto sobre su autora, ni sobre la historia que cuenta, y sin haber leído reseña alguna que pudiese avalarla. Sin más, como un salto al vacío me adentré en ella, sin miedo a equivocarme, sin nada que perder.
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