Iba ensimismada. Ni siquiera el ruido ensordecedor de los coches pasando por mi lado lograba traerme de vuelta a la realidad. Llevaba tiempo pensando en mi próxima lectura, dándole vueltas día tras día, inmersa en una especie de búsqueda vital sin sentido, una búsqueda callada, sorda, pero a la vez incesante. Necesitaba una historia, tan solo una que consiguiera centrar mi pensamiento y transformara en paz mi desasosiego interno.
Con paso errante fui caminando sin dirigirme a ningún lugar, dejando que fuera mi pensamiento quien impusiera el ritmo de mis pasos; a veces rápidos, como desbocados; y otras lentos, calmados.
Repasé mentalmente todas las lecturas que había barajado hasta el momento. Una lista interminable de novelas de todo tipo y época, magníficas historias pero que en aquél momento no me decían nada. Y es que siempre he creído que no hay historias buenas o malas, sino buenos o malos momentos para leerlas.
Y así, sin saber cómo, acabé ante la entrada de una vieja librería, de esas que aún conservan un encanto especial. De esas en las que se respira respeto, cultura, silencio, que son capaces de arrancar de tu mente todas las preocupaciones con las que entraste, y las deja aparcadas en la puerta, para más tarde. Allí los libros se contaban por cientos, sin orden aparente pero sin embargo organizados, en una especie de orden caótico, inteligente. Nada que ver con esas librerías, más bien grandes almacenes de libros, en las que alguna mente brillante ha decidido clasificar los libros por colores....¿y qué pasa cuando desconoces de qué color es el libro que buscas?...
Me adentré en aquella librería de la misma forma con la que se entra en un templo, con un profundo respeto. Las estanterías de caoba envejecida llegaban hasta el techo, lo cual hacía prácticamente imposible alcanzar con la vista los títulos que descansaban en la parte de arriba. Miré al fondo de la tienda y vi a un hombre sentado en una mecedora con un libro en sus manos. Con un "buenas tardes" me acerqué a él con la idea de preguntarle, pero no hizo falta. Aquél hombre levantó su rostro, clavando su mirada en la mía como si pudiera leer mi mente a través de sus ojos cansados por largas jornadas de lectura. Y simplemente dijo:
- "¿Has pensado en Oscar Wilde? El retrato de Dorian Gray podría ser lo que buscas..."
Decir que me quedé sorprendida por aquella respuesta es decir poco. Lo cierto es que me quedé helada. ¿Cómo podía aquél hombre haber adivinado toda mi angustia interna sólo con mirarme un segundo? La sorpresa tan solo duró un instante, y de pronto sentí que mi búsqueda había terminado. Todo encajaba de nuevo, nada quedaba fuera de lugar, y con ese orden interno recuperé en un instante mi serenidad perdida días atrás.
Minutos después salí de la librería con el libro entre mis manos, deseando llegar a casa para comenzar su lectura. Entonces escuché que el hombre me llamaba de nuevo. Me giré y lo ví bajo el dintel de la puerta de aquél templo. Me dijo:
-"No esperes nada del libro. Lo que buscas está en tí. Los libros mueven tu pensamiento, como una rueda de molino hace fluir el agua. Pero ha de haber agua para que el molino tenga algo que mover".
Y con una sonrisa desapareció entre sus libros.
Aún permanecí allí unos instantes, inmóvil, consciente de haber vivido uno de esos momentos mágicos que se recuerdan siempre.
Aún permanecí allí unos instantes, inmóvil, consciente de haber vivido uno de esos momentos mágicos que se recuerdan siempre.
-"No esperes nada del libro. Lo que buscas está en tí. Los libros mueven tu pensamiento, como una rueda de molino hace fluir el agua. Pero ha de haber agua para que el molino tenga algo que mover".
ResponderEliminarMe encanta la frase. Y el texto. Esas interioridades son las que separan un blog generalista de uno que realmente quiere decir algo. Felicidades por vuestra página.
Uno no escribe para obtener el aplauso del lector, ¡pero qué bien sienta cuando eso ocurre! Muchas gracias en nombre de todo el equipo.
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